A orillas del río Caribona, un río de aguas argentinas y bordeado por las verdes montañas del sur del departamento de Bolívar; se levanta un pequeño pueblo con casa de bahareque y techos de palma, llamado Villa Uribe; donde la luz del sol se mezcla con la niebla que proviene de las montañas y donde el eco del canto de las aves se aligera para despertar a sus habitantes cada día por la mañana.
En este pueblo hace ya 86 años, nació un hombre de estatura alta, alto como las montañas de su pueblo; de vista nublada hoy por la vejez, pero que no necesitan ver mucho, pues la experiencia de los años le da para ver cosas que otros no ven. Sus cabellos son blancos como el color del algodón, vestigio de los años transitados por la vida, de piel morena como el color de la madera del árbol de coral; ese mismo árbol que le dio tanta dicha trabajar, cuando aprendió a calafatear canoas, y él enseñado por su padre, sabía que éste era el mejor para la fábrica de canoas, pues su hoja tiene dibujada la figura de ésta.
Con su trabajo consiguió sacar adelante a sus nueve hijos, pues trabajaba con esmero; y en compañía de su esposa los educó, tuvo la dicha de contar con ella para esta difícil labor; dicha que no gozó su padre; porque su esposa murió cuando este hombre era bebé.
No sabe leer ni escribir, porque nunca quiso aprender, pues el afán del dinero y las riquezas lo poseyó desde muy chico, así que cuando no fabricaba canoas, barequehaba en el río, extrayendo el oro de sus aguas; otras veces cortaba árboles y en balsas, con esa misma madera, viajaba en caravanas con otros hombres del caserío, que también iban en la casería de fortunas. Por 8 días bogaban por los ríos Caribona, Cauca y Magdalena hasta llegar a la ciudad de Barranquilla, para retornar por barco o carro hasta Magangue y de allí nuevamente a su querida Villa Uribe.
Pero de nada sirvió acumular tierras y dinero, porque cuando salio desplazado por la violencia que estaba acabando con la zona, le tocó por la guerra dejar todo atrás; amigos, parientes, bienes y lo que más le dolía dejar era las aguas cristalinas de su Caribona.
Desde hace siete años vive aquí en Caucasia, donde llegó para refugiarse; acá residían dos de sus hijas, en consideración de esto, se vino, trayendo consigo a uno de sus hijos y a su esposa, quien lo dejó hace cinco años, pues la muerte se la arrebató. Intentó regresar, pero los achaques de la vejez lo devolvieron, lo trajeron de nuevo para sufrir extrañando su tierra, añorando su Caribona.
Asimismo piensa en la situación de tensión que vive actualmente Colombia, y le evoca lo sucedido hace ya muchos años, cuando por culpa de la “chusma”, la policía conservadora incendió su pueblo; por esto, por la situación actual de su desplazamiento, es que no le gustan las guerras, para él las guerras son absurdas, le han quitado mucho.
Se siente hoy triste y cansado, pero orgulloso por ser de los pocos que llegan a vivir hasta esta edad, cuando son muchos los que, por culpa de las vicisitudes de la vida y los “trópicos” de la misma, no alcanzan estos años.
Hoy a pesar de vivir en este pueblo tan grande, más grande que el suyo; de vivir a orillas del río Cauca, un río más grande que el suyo; lo daría todo por volver a escuchar el susurro de la brisa, cuando juega con los árboles de las verdes montañas de su pequeña Villa Uribe; oír nuevamente el cantar filarmónico de los pajarillos y de las aves que se unían para despertarlo cada mañana; todo, todo lo daría Felipe Quintana Selsa, por ver y por sentir las frescas aguas… de su río Caribona.
En este pueblo hace ya 86 años, nació un hombre de estatura alta, alto como las montañas de su pueblo; de vista nublada hoy por la vejez, pero que no necesitan ver mucho, pues la experiencia de los años le da para ver cosas que otros no ven. Sus cabellos son blancos como el color del algodón, vestigio de los años transitados por la vida, de piel morena como el color de la madera del árbol de coral; ese mismo árbol que le dio tanta dicha trabajar, cuando aprendió a calafatear canoas, y él enseñado por su padre, sabía que éste era el mejor para la fábrica de canoas, pues su hoja tiene dibujada la figura de ésta.
Con su trabajo consiguió sacar adelante a sus nueve hijos, pues trabajaba con esmero; y en compañía de su esposa los educó, tuvo la dicha de contar con ella para esta difícil labor; dicha que no gozó su padre; porque su esposa murió cuando este hombre era bebé.
No sabe leer ni escribir, porque nunca quiso aprender, pues el afán del dinero y las riquezas lo poseyó desde muy chico, así que cuando no fabricaba canoas, barequehaba en el río, extrayendo el oro de sus aguas; otras veces cortaba árboles y en balsas, con esa misma madera, viajaba en caravanas con otros hombres del caserío, que también iban en la casería de fortunas. Por 8 días bogaban por los ríos Caribona, Cauca y Magdalena hasta llegar a la ciudad de Barranquilla, para retornar por barco o carro hasta Magangue y de allí nuevamente a su querida Villa Uribe.
Pero de nada sirvió acumular tierras y dinero, porque cuando salio desplazado por la violencia que estaba acabando con la zona, le tocó por la guerra dejar todo atrás; amigos, parientes, bienes y lo que más le dolía dejar era las aguas cristalinas de su Caribona.
Desde hace siete años vive aquí en Caucasia, donde llegó para refugiarse; acá residían dos de sus hijas, en consideración de esto, se vino, trayendo consigo a uno de sus hijos y a su esposa, quien lo dejó hace cinco años, pues la muerte se la arrebató. Intentó regresar, pero los achaques de la vejez lo devolvieron, lo trajeron de nuevo para sufrir extrañando su tierra, añorando su Caribona.
Asimismo piensa en la situación de tensión que vive actualmente Colombia, y le evoca lo sucedido hace ya muchos años, cuando por culpa de la “chusma”, la policía conservadora incendió su pueblo; por esto, por la situación actual de su desplazamiento, es que no le gustan las guerras, para él las guerras son absurdas, le han quitado mucho.
Se siente hoy triste y cansado, pero orgulloso por ser de los pocos que llegan a vivir hasta esta edad, cuando son muchos los que, por culpa de las vicisitudes de la vida y los “trópicos” de la misma, no alcanzan estos años.
Hoy a pesar de vivir en este pueblo tan grande, más grande que el suyo; de vivir a orillas del río Cauca, un río más grande que el suyo; lo daría todo por volver a escuchar el susurro de la brisa, cuando juega con los árboles de las verdes montañas de su pequeña Villa Uribe; oír nuevamente el cantar filarmónico de los pajarillos y de las aves que se unían para despertarlo cada mañana; todo, todo lo daría Felipe Quintana Selsa, por ver y por sentir las frescas aguas… de su río Caribona.
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