domingo, 6 de septiembre de 2009

SOBRE EL RÍO


A un lado la ciudad, Caucasia, con sus luces, fragor de vehículos y música. Del otro, la noche. Sobre el cielo, en el horizonte, se dibuja la luna que se asoma tímida entre espesas nubes negras. Por debajo, frío y caudaloso, el río que divide estos dos mundos. Por el medio, el puente Carlos Lleras los une. Es al final del puente, en la cabecera oriental, en la penumbra, donde se puede ver a las parejas que llegan para encontrase, para llenarse de abrazos, de besos, de sexo.

En el puente y más allá, en la completa oscuridad, era común ver a una multitud de parejas que pululaban por toda la orilla de la carretera en busca de un sitio para satisfacer sus deseos de lujuria y pasión. Pero ahora no es así. Desde hace un año cuando dos “bandas emergentes de sicarios”, muchos de ellos excombatientes de los extintos grupos paramilitares, que por ahora se denominan “águilas negra” y “los paisas” llegaron a Caucasia peleando por un territorio donde se produce y comercializa cocaína la tranquilidad de su gente se perdió. Y como en toda pelea de este tipo, el de mafias, donde hay que acabar con el enemigo o con el amigo de mi enemigo porque ese también es mi enemigo se siembra la muerte por todas partes. La guerra trae consigo su secuela: el miedo.

Es miedo precisamente lo que se percibe en el puente Carlos Lleras con sus 1100 metros de longitud, donde antes decenas de parejas iban a entregarse amor, deportistas lo cruzaban una y otra vez, era el sitio predilecto de fumadores de marihuana y de uno que otro desdichado suicida. Las cosas han cambiado mucho: se desaparecieron los fumadores, pocos van a hacer deportes y no pasan de tres las parejas que llegan para tener un encuentro furtivo, besarse, abrazarse y seducirse. Policías lo cruzan una y otra vez para cuidarlo y cumplir la orden de la seguridad democrática, donde por estar allí eres sospechoso aun cuando las intesiones sean las de divertirte.

Las parejas que pasan el puente, tal vez lo hacen para ir hasta un motel que está del otro lado donde estarán más seguras. Las pocas que se quedan en las cabeceras comparten apenas escasos 15 a 20 minutos para saciar el voyeurismo de personas que ocupándose en mirarlas tomen como ejemplo sus actos de besarse, agarrarse de manos, de nuevamente besarse, tocarse las mejillas, hablar apoyados de las barandas del puente mientras miran el caudal turbio del río y besarse de nuevo, para escribir crónicas de periodismo.

Después de esos minutos se suben a una moto o la más osada de las parejas camina agarrada de manos por todo el puente dejando atrás la oscuridad, la luna de luz tenue, el río turbio y caudaloso que ha tragado muertos para internarse en la ciudad con sus luces, su fragor de vehículos y música.

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